No recuerdo cómo llegó, sí que la recuerdo vestida con un pantalón blanco y un jersey con dibujos difuminados en rojo, unas letras a la espalda y unas botas como las de caminar por el monte. Sonriente y con bromas siempre llegaba a ver como iba el traslado que acababa de traer al servicio de urgencias.
Hubo charlas, hubo empatía y el tiempo pasó y una detrás de la otra cambiamos el escenario. Coincidimos en las redes cuando pocos las usaban.
Un par de veces tomamos café. Una vez salimos a cenar con nuestras eventuales pseudoparejas.
Una amistad que cumple la mayoría de edad y ahora iniciamos un proyecto en común, forjada entre los muros del hospital.
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